¡Oh, Cristo! ¡Oh, Cristo! ¡Tú, demonio artificioso! ¡Tú gran subvertidor! Qué increíble Eblis
Glamour eres. ¿Te has encamado con el mundo entero? Tú representas la insignificancia y debilidad mental de los judíos.
¿Por qué razón nuestros filósofos modernos le temen tan mortalmente a desafiar con valentía la inspirada utopía de este pobre y auto-engañado campesino de Galilea, –ese predicador de virtudes para eunucos, de la auto-humillación y del sufrimiento pasivo?
La enfermiza ética humanitaria, tan elocuentemente valorada y presentada por Jesucristo y sus supersticiosos sucesores en la antigua Judea, y por todo el moribundo imperio romano, es generalmente aceptada por los anglosajones como el elixir de la sabiduría inmortal, la más pura, la más sabia, la más grande, la más indiscutible de todas las revelaciones divinas, o taumaturgias ocultas. Y, sin embargo, cuando se examina de cerca, se puede notar que no es ni divina, ni oculta, ni razonable, ni siquiera honesta; pero está compuesta por casi exclusivamente de todas las cosas de las que están hechas las pesadillas, junto con un exótico toque de prestidigitación oriental.
A través de miles de diferentes canales, las creencias político-económicas actuales están
dominadas por la cábala comunista del hombre de las muchas penas, sin embargo, como una práctica teoría, jamás han sido examinadas críticamente. Por qué las promulgadas soluciones sociales sugeridas por Jesús, Pedro, Pablo, Santiago y otros asiáticos catalépticos ¿las aceptamos tan dócilmente y con tanta confianza? Estos hombres no fueron algo, eran simples reformadores socialistas sin alma, predicadores de un nuevo cielo y una nueva Tierra, es decir, demagogos –políticos de tugurios y de barriadas, donde nada que sea noble podrá surgir jamás.